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Facebook: Marina García Gómez
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25 ene 2011

El ángel Eulalia


Esta entrada es para un concurso del instituto. Había que presentar una narración que no ocupase más de cinco páginas con tema libre. Y me he inspirado en esta canción que tanto me gusta para escribirla.

<<Llueve, y las aceras están mojadas. Todas las huellas están borradas. La lluvia guarda nuestro secreto.
Llueve, y en mi ventana te echo de menos…>>

Casi podía escuchar aquella canción en lo oídos a pesar de ser solo un recuerdo en mi mente. Llovía. Las gotas de agua resbalaban por el cristal del coche. Traicionadas por la gravedad, caían a una muerte segura salpicando los cuerpos de las personas que circulaban por la calle en ese momento.
Mi pecho ascendía y descendía conforme tomaba el aire al respirar. No me quedaban lágrimas en los ojos. En el momento que empezó a llover mis ojos se secaron.
El mundo podía caerse a trozos en ese momento y yo no haría nada. Me hundía más y más en mi tristeza.
Era capaz de detener la lluvia, de salvar al chico que andaba dos calles más allá de los atracadores que le esperaban a la vuelta de la esquina. Pero no podía impedir que la persona a la que más quería en este mundo se fuese para siempre.
Sí, mi hermano Víctor había fallecido la noche antes. “Un ángel no llora por la muerte de un humano” diría el maestro. Pero para mí era tan difícil.

Llegué a la tierra una noche oscura. Irónicamente también llovía aquella noche. Era una tormenta como no se había visto en años. Tenía que llegar a tierra lo antes posible, pero un rayo me abatió y destrozó una de mis alas. Caí desde más de cien metros, siendo acunada por los brazos del viento hasta que controlé la otra ala y conseguí esquivar el suelo. No obstante, no pude seguir volando y me estrellé contra la reja de la iglesia. La sangre se agolpó en el pecho, obstruyendo mi respiración. Todo se tornaba negro. Apenas podía mantener los ojos abiertos. Sentía que había fracasado. Mi cuerpo iba a morir durante mi primera noche en la tierra.
Y entonces le vi. Era un hombre menudo, rondaría los treinta y muchos años. Llevaba el cabello negro mal cortado y retirado tras las orejas. Unos profundos ojos me miraban introduciéndome en el negro de sus pupilas, que se confundían con el resto del ojo. Se acercó a mí, me tomó el pulso y al comprobar que estaba viva me echó sobre su hombro.
A pesar de ser un hombre pequeño, era fuerte y me cargó hasta una casucha de madera a las afueras del pueblo.
Llamó a la puerta y una mujer hermosa abrió. Ella era todo lo contrario a él. Rondaría la misma edad, pero era alta y esbelta con los cabellos pelirrojos recogidos en un moño alto y unos ojos color miel delineados con lápiz negro. Los cuales se abrieron como platos al verme sobre el hombre.
-         Alma de dios. ¿Es un ángel lo que ven mis ojos?- tenía un acento de pueblo muy marcado.-jamás pensé siquiera ver uno en sueños.
-         Elisa, prepara la cama- le habló dulcemente- está herida.
-         Ya veo que está herida. Pero ¿qué haremos con ella? ¿y que haremos con Víctor?
-         Tu hijo duerme, prepárala mujer.  Mira es apenas una niña.
Elisa a regañadientes obedeció a su marido y me colocó en una camita con sábanas blancas y cojines con el tacto parecido a los algodones de las nubes. Me cuidaron, curaron y alimentaron hasta que el ala y la herida estuvieron bien curadas. Cuando llevaba en la casa dos semanas dejaron de acudir Elisa y Carlos a darme de comer y en su lugar venia su hijo. Un muchachito de siete años que soñaba con conocer mundo.
Al contrario que su madre no señaló mis alas ni hizo comentario alguno sobre mi presencia divina. Aquel muchacho pronto se convirtió en mi amigo. Todos se convirtieron en mis amigos y más tarde en mi familia.
Pronto empecé a ir a la escuela de pueblo. Mis padres dijeron que me habían encontrado en la puerta de su casa y me habían adoptado. Me subieron de curso; de cinco años a primero de primaria por saber leer y escribir. Yo era una chica muy lista para tener cinco añitos. Pero claro, solo mi familia sabía que yo no era una niña normal.
Crecí en el seno de aquella familia humilde. Sin darme cuenta cumplí diez años y luego doce, más tarde dieciséis y por fin dieciocho. Escogí estudiar filosofía y tenía que irme a la ciudad para poder asistir a la universidad. Mi hermano llevaba viviendo en un piso él solo dos años, así que Carlos y Elisa me enviaron con él.
La facultad invadía la mayor parte de mi tiempo, pero siempre tenía un rato para estar con él. Que me llevase al cine, al teatro, a dar vueltas por el parque e incluso alguna que otra vez fuimos a volar al polígono industrial donde nadie podía vernos.
Los viernes por la tarde, cuando Víctor terminaba las clases de Biología cogíamos el destartalado todoterreno y poníamos rumbo al pueblo donde nuestros padres nos esperaban con un buen plato de cocido caliente.
Podíamos ser nosotros mismos en casa. Ellos nos veían como sus hijos y nos miraban por igual, a pesar de que Víctor era alto y esbelto como Elisa y tenía el cabello pelirrojo y rizado. Pero sus ojos eran los de papá. Negros y tiernos, además de profundos. Y yo… Mi pelo era largo hasta la cintura, de color chocolate oscuro, la piel más blanca que la nieve y era muy pequeñita y flacucha. Mis ojos. ¡Ay mis ojos! Esos eran harina de otro costal. Los bordes eran negros con motas rojas como el fuego, y el centro era azul oscuro y daba la sensación de estar viendo agua muy espesa a través de ellos. Por no hablar de las dos pequeñas alas blancas que nacían en mi espalda y podía mostrar a mi antojo. Y a pesar de ello nunca fuimos distintos ante su amor.
El domingo por la noche rumbo a la ciudad nos contábamos el uno al otro lo que más íbamos a añorar de casa. Yo me apoyaba en su hombro y él cantaba canciones de la tierra que convocaban a los buenos espíritus. Como ángel, sentía el poder de esas canciones y la necesidad de la gente que antiguamente las había entonado.
Especialmente una canción que le encantaba. Era de una cantante salida de un concurso de televisión.
<< La lluvia cae sobre los tejados…>>
Mi hermano era tan bueno. Empezó a salir con una chica. Una cría de mi edad que estudiaba Literatura. Era muy simpática y agradable, pero al mismo tiempo algo tímida.
Víctor la llevó a conocer a mis padres en verano. A papá le pareció lo mismo que a mí. Una persona maravillosa y agradable, perfecta para estar con Víctor. Pero Elisa siempre había sido una mujer de carácter fuerte y la consideraba un poco pánfila y debilucha.
Tuve que echar mano de uno de mis hechizos y conseguir que mamá fuese más agradable con ella para que Víctor y Lisa fuesen felices.
Se fueron a vivir juntos ese mismo invierno y se casaron en primavera. Seguí viéndolos prácticamente todos los días. A veces iba a comer con ellos a su casa o los invitaba a la mía. Pronto Lisa pasó a ser mi mejor amiga. Iba con ella de compras, compartíamos trucos de belleza, maquillaje… Los quería más que a cualquier cosa en el mundo.
Pasar tiempo con ellos era como volar con una brisa suave en lo más alto del cielo. Le revelé mi secreto a Lisa y ella me dijo que siempre vio mi aura de bondad protegiéndolos.
En una ocasión Víctor me regaló un colgante de oro blanco en forma de ángel con sus nombre grabados en la parte inferior y con la fecha en la que llegué a su hogar tantas y tantas noches atrás.
Algunos años más tarde, cuando ya todos habíamos terminado nuestras carreras y trabajábamos, me hicieron tía.
Una niña preciosa. Y además bendecida por un ángel. Una niña con la cualidad de curar y con la bondad reflejada en el rostro.
A mis padres les hizo una ilusión enorme ser abuelos. Vinieron a la ciudad, le compraron juguetes, ropa, una cuna… Incluso mamá empezó a llevarse mejor con Lisa desde ese momento.
Enfermé. Llevaba mucho tiempo sin las energías que el cielo me proporcionaba y empezaba a convertirme en humo rosa. En oxígeno que daba la vida a los humanos. Víctor se desvivió por mí, buscó durante mucho tiempo la manera de curarme. Descuidó su trabajo por devolverme a la vida. Y viajó a los lugares más recónditos del país en su coche para que su hermana del alma se quedase siempre con él.
Se marchó. Nos dejó a su mujer, a su hija y a mí. No supimos de él durante meses. La única manera de mantenerme con vida ese periodo, era con el poder curativo de mi sobrina que se dejaba las energías en hacerme vivir hasta que su padre volviese.
Volvió el invierno y llovió todas las noches. El mundo dormía pensando que sería un buen año para los ríos, pero en mi casa sabíamos que llovía porqué yo me pasaba las noches llorando.
Su hija dio los primeros pasos mientras él estaba fuera. Aprendió a decir mamá y Tía Eulalia pero no dijo papá, hasta que un día a pesar de mi tristeza no llovió. Volvió a salir el sol. Mi pequeña sobrina correteaba por los pasillos y paró en la puerta principal. Su madre y yo la buscamos y al verla frente a la puerta decidimos investigar.
No estaba preparada para esa imagen. Mi hermano Víctor estaba en la puerta. En las manos sostenía un pequeño frasco con un líquido plateado. Apenas pudo tendérmelo. Le temblaban las manos. Al mirarlo vi que había envejecido, a pesar de tener veintiocho años tenía el pelo canoso, ojeras y muchas arrugas. Jadeaba cuando se agachó para aupar a su hija. La pequeña hada- así era como yo la llamaba por sus poderes- tocó la cara de su padre y pronunció por primera vez:
-         Papá
Pocos recuerdos felices llevo conmigo ya de mi hermano después de aquello. Me había salvado la vida. Sí. Pero resultó tener una enfermedad degenerativa que lo iba consumiendo por dentro. Dejó de caminar, más tarde de moverse y por último de hablar.
Mis padres vinieron a vivir con nosotros. Todos estábamos preocupados por él y por los meses de vida que le quedaban. Un día mi pequeña hada que ya contaba con tres años se despertó la primera y se subió a la cama de su padre. Cuando la busqué para desayunar la encontré abrazada a un cuerpo inmóvil, frío y sin vida.
-         Víctor- susurré
-         Ha dejado de sufrir tía.- me miró con tristeza en los ojos peor sin una sola lágrima- él me lo pidió.
Y entonces lo comprendí. Mi sobrina podía curar y al mismo tiempo conceder el descanso eterno. Había cerrado para siempre los ojos de su padre para evitar su dolor y yo sabía que había hecho lo correcto.

Mi cabeza descansaba contra la ventanilla. Sabía que tenía que salir de allí. Se había terminado mi misión en la tierra. Yo había llegado hasta allí para cuidar de que mi pequeña hada naciera y acompañarla hasta que fuese lo suficientemente fuerte para decidir entre la vida y la muerte.
Salí del coche. Seguía lloviendo. La canción que tanto le gustaba a Víctor seguía sonando en mis oídos. La lluvia mojaba mi vestido negro, mis medias y mis zapatos de tacón. Ir vestida de luto me facilitaba mezclarme en la noche.
Podía sentir como se calaban mis huesos y las alas despertaban y se expandían. Ya no eran las mismas de antes. Eran dos alas plateadas con reflejos negros, mucho más grandes, de ángel adulto. Rumbo al infinito ascendí. Todo el mundo se giró a contemplar el milagro y como el ángel se perdió en el cielo.

No he vuelto a llorar desde aquella vez. Pero cada noche me acuerdo de mi familia humana y de todos aquellos a los que tanto amé.

1 comentario:

  1. hola xikitina k tal guapa?? espero k bien!!! genial como escribes, algo triste y me hiciste llorar, pobre k exa de menos su vida humana :'( en fin, me gusto muxo y espero con ansia el siguiente!! un saludo guapa!!

    tengo nuevos caps x si te apetece! te espero!! un saludo!!!_^^_
    lighling:
    http://elrenacerdelaoscuridad.blogspot.com/

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